lunes, 3 de octubre de 2011

PEPET

Pepet era muy agradable. Tenía una de esas caras en las que te sentías a gusto al instante. No destacaba sobremanera en ninguna disciplina, ni deportiva ni académica; no era excesivamente guapo, ni fuerte, ni tenía alguna de esas cualidades que puedan llevar a alguien de su edad a captar la atención, pero era un chaval que caía bien. Venía de una familia numerosa de clase media, donde posiblemente primase la imagen exterior a otros aspectos.

Poco a poco, Pepet fue introduciéndose en el grupo de amigos donde todos querían estar. Se codeaba con los mejores futbolistas, con los guaperas y afamados de la clase. Se sentía importante por estar entre los elegidos, pero al mismo tiempo en deuda con ellos porque no sabía qué méritos había hecho para estar allí. Por eso, cuando llegó la adolescencia y con ella el alcohol, la gente sabía que podía contar con él para lo que fuese. Lo dejaba todo, familia, estudios y otras actividades si alguno de los "suyos" lo reclamaba para hacer un botellón, una Play, o lo había dejado con su novia.

Los años iban pasando y aumentaba la búsqueda de nuevas sensaciones. Hacía bastante tiempo que Pepet salía todas las noches con sus amigos al parque después de cenar a fumar canutos y beber cerveza. A veces le costaba horrores, porque se levantaba como aletargado y no podía concentrarse en clase. -¡ Va, vente. No seas mierda! A todos nos riñen pero ¡Y lo de puta madre que nos lo pasamos!- le espetaban los cada vez menos amigos que acudían. El asunto se complicó cuando con el dinero de los primeros sueldos pudieron esnifarse unas rayas...

El otro día, mientras paseaba con Pau, me encontré a Pepet camino del parque. Nos abrazamos y nos fumamos un cigarro. Me contó que se le terminaba el paro - !Y encima ahora, tal y como está todo!-; que aún estaba jodido un año después de la separación. A los niños los veía cada quince días -casi siempre voy, si no me lío el día de antes-.
Ya no quedaba nada de agradable en la cara de Pepet. Ahora reflejaba sufrimiento propio y de los suyos.

Llegué a casa preguntándome cuando dejé de ser como Pepet. Cuando aprendí a decir...¡¡NO!!

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