miércoles, 28 de septiembre de 2011

EL BURRO ACELERA EL PASO CUANDO VUELVE A CASA

Vivo en una ciudad pequeña o en un pueblo grande, según el ego de quien preguntes. Está situada entre montañas y a una altura considerable para tener el Mediterráneo a tiro de piedra que, aunque no nos baña con sus aguas, sí lo hace en nuestro carácter.

Es difícil ver algún terreno labrado que no sea de olivos o almendros y la cara norte de las montañas están ocupadas por pinos, salvo los picos más altos, donde habita la carrasca.

Trabajo en el departamento comercial de una empresa alimenticia. Mi oficio me ha permitido conocer todas las provincias de España y lo que es mejor, tratar con su gente. Pero lo que hoy nos ocupa son los lugares. Desde las llanuras castellanas a las montañas asturianas, pasando por los mares de olivos cordobeses o los bosques de eucaliptus gallegos. De la ruta del toro andaluza, al desierto de los Monegros, o el valle de la Orotava ¡Qué afortunados somos!. Cáceres te sorprende, Barcelona te enamora. Castilla-León rezuma historia en cada adoquín, en cada piedra. Impresionante el País Vasco. Elegante Oviedo.


He paseado por las playas de Riazor, de la Concha y disfrutado de la luz de las nuestras levantinas. He acompañado a los peregrinos desde Pamplona hasta Santiago y bailado en la gran Vía madrileña al son de sus musicales.

He hablado con magos canarios y con meigas gallegas.

Con todo, cuando regreso a mi hogar, mi coche va más rápido, y cuando a la enésima curva diviso los primeros pinos y almendros que me indican que ya estoy cerca, no puedo evitar abrir las ventanas dejando que me invada el aire de mi tierra.

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