viernes, 23 de septiembre de 2011

EL PEDESTAL DE LAS ESTATUAS

Me apasiona la lectura. Agradezco a los escritores el hecho de inventar una trama, más o menos creíble, para introducirnos de lleno en otras culturas y otros momentos. La veracidad de los acontecimientos adquiere una importancia relativa. Personalmente, me basta con explicaciones lógicas y creibles, al fin y al cabo, una de las cualidades que más me fascina de leer es la interpretación libre que cada cual hace de las obras, frente al encorsetamiento del cine o la televisión -que transmiten, ni más ni menos la interpetración de otra persona, generalmente el director-. ¡ Cuántas desilusiones y cuántos desengaños hemos sufrido los lectores cuando vemos plasmada esa novela que tanto nos había hecho vibrar y no se parece ni remótamente a lo que nos habíamos imaginado!

He tenido la suerte de disponer siempre en casa de material para leer. De mi infancia recuerdo los Pitufos; Astérix y Obélix; o la colección entera en blanco y negro del Guerrero del antifaz.Ya rozando la adolescéncia, me leí y releeí todos los cómics Márvel - Spiderman; X-Men; Los Vengadores; Daredevil...- que se coleccionaba mi hermano mayor; pero no se me olvidará nunca mi primer libro. Fue durante un verano -no tendría más de quince- y el aburrimiento llevó a mis manos, directamente de la biblioteca de mi madre una edición setentera de un libro llamado "El Señor de las Moscas" de un tal William Goldin...

Desde aquellos niños de la isla hasta hoy, he recorrido miles de kilómetros y vivido todas las épocas posibles. He pasado hambre en los suburbios irlandeses esperando el sueldo que un padre se había bebido; he visto luchar a Alejandro y sus fieles macedonios contra elefantes y he sentido el amor que le profesaban Bagoas y Hefestión; me he reído observando al ejército Peruano organizar un burdel; he bebido del amor de unos ojos negros sicilianos bailando al compás de una tarantela y me ha sobrecogido al estallar por los aires al grito de ¡vendeta!; o he paseado por los suntuosos jardines de la Córdoba de los Omeya.

Aunque admiro a varios de los personajes históricos que he tenido ocasión de encontrarme en mis lecturas, tengo la sensación que, en la mayoría de ellos, su notoriedad va precedida de unos valores personales con los que no comulgo. Ya de vuelta al mundo real y a pequeña escala, me encuentro con lo mismo. Veo que es muy difícil el equilibrio entre triunfar y ser feliz -o por lo menos lo que yo concibo por felicidad- "El secreto del éxito es la honestidad. Si puedes evitarla, está hecho". Esta frase de Groucho Marx lo resumiría perfectamente.

A todo ésto, no sé porque estoy divagando sobre el tema. ¿Será la crisis de los 40? ¿Será que estoy pensando en los niños? En fin...

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